miércoles, 13 de octubre de 2010

LOS REYES MALOS

Dibujo de Luizz&Lilu


Los torpes pasos de un niño de tres años sobre las baldosas del baño suenan como los lamidos de un gato en un cuenco de agua. El niño se resbala y cae. ¿Pero que haces? Grita la madre fregona en mano. ¡Véte a la cocina ahora mismo a acabarte la cena! El niño levanta la mirada de su lastimada rodilla, hace centellear sus ojos en un ejercicio calculado de llanto oprimido y arranca un sollozo pirotécnico de sonido parecido al de un globo que se escapa de entre las manos pendiente de nudo. ¡Mi niño! ¡Mi niño! La madre lo recoge del suelo y lo sienta sobre la pica del lavabo, le seca las lágrimas con la yema del pulgar y le besa en los ojos con dulzura. El niño, que no cesa en su gimoteo empieza a balbucear palabras incomprensibles para el oído adulto. ¡Mi niño, perdona! ¿Estás bien? ¿Quieres que te cure la pupa mamá? ¡Papá! ¡Papá! Consigue articular el niño. Papá no está hijo mío, se ha marchado, hoy no va a poder contarte el cuento, no va a llegar a tiempo, pero tú no te preocupes, tú lo que tienes que hacer es cenar pronto y marcharte a la cama temprano y solito como los nenes grandes, que sino esta noche los reyes no van a querer dejarte nada. El niño deja de llorar. Acaba de recordar que es el día de reyes. Está impaciente. La madre arquea su brazo e instala la mano derecha bajo culo del niño, le mece, le susurra y con la otra mano le acaricia el pelo. Te llevaré a la cama. La madre desviste al niño y le pone su pijama, lo acuesta y lo arropa bien con su colcha de Spiderman. Le besa en la frente y apaga la luz. Luego vuelve al baño, pasa el mocho sobre el charco en el que se ha resbalado el niño y lo exprime, recoge el cubo y con mucho cuidado de no pisar demasiado, vierte en el váter todo el líquido rojo que contiene.





domingo, 10 de octubre de 2010

AUTORRETRATO

Estoy desnudo en el centro del colchón. Cada muñeca y cada tobillo está atado a una de las cuatro patas de la cama. Siento que en cualquier momento alguien va a azotar a alguna de ellas y que todas saldrán corriendo al mismo tiempo en direcciones opuestas. La Bestia me acaricia el pecho con la yema del dedo anular, peinando a su paso el escaso bello que adorna mi torso y los lindes de mis pezones, en dónde nacen como hierbajos en la arena doce o trece pelos a lo sumo y entre los dos. Se detiene en el ombligo e introduce el dedo hasta su base, lo mueve en forma de U y ríe, y yo hago una mueca horrible. Él es tan grande y yo tan pequeño… apenas dibujo en el corazón de la cama una diminuta estrella pálida, un helipuerto de juguete. La Bestia me agarra de los rizos y me lame mi espesa barba rojiza. Su olor es repugnante. Con la otra mano alcanza mi muslo izquierdo, justamente donde está la mancha de nacimiento en forma de tumor, y lo empuja hacia delante. Grito: la cuerda quema mis tobillos y tengo miedo. Ahora pasa la lengua por mi nariz, descendiendo en línea recta, y topa con el pico derecho de la corona que forman mis labios en su parte superior y que suele estar cubierto de mugre en el pelaje. Me besa ferozmente, como si quisiera sorber mi lengua y degusta el sarro de mis dientes con dulzura. Luego vuelve a empujar del muslo y yo grito de nuevo y aleja su rostro y me mira a los ojos y veo los mismos en los suyos: el gran iris que ansía florecer en la sombra pero que apenas alcanza un color oliva al sol: Mi tedioso iris marrón. La Bestia sube su mano izquierda hasta mi cintura, parece que pueda rodearla entera con el índice y el pulgar. Se sienta sobre mi pelvis y pone las manos sobre mis brazos, mínimos apéndices de las sogas que los mantienen tirantes. En los antebrazos mis venas emergen como sierras bajo una marea que se rebaja y los dedos, que buscan las paredes del cuarto, son los corchos de diez botellas de vino. Entonces agarra su pene y me lo introduce, y aquello tan nimio, que no es más que un clítoris abrigado con pieles fruncidas, siente como la Bestia lo enviste, y dejo de respirar y me desvivo por no emitir un pequeño gemido, un signo de placer.