domingo, 19 de diciembre de 2010

VEINTIUNO DE MARZO

El chico de las gafas baja las escaleras corriendo, echa un rápido vistazo a la pantalla de los horarios y prosigue con la carrera. Cuando está apenas a unos pocos metros oye el pitido que anuncia la salida del tren y acelera el paso. Consigue que las puertas se cierren a su espalda de un salto acrobático, el tren arranca y él deja caer su torso para poder respirar mejor. Es el último de la noche y el vagón parece vacío. Decide sentarse en el primer asiento que encuentra, posa los pies sobre la butaca opuesta y deja la mochila a un lado. Entonces la ve a ella. Duerme como un ángel. Es un ángel la chica rubia. La mira anonadado durante tres estaciones y luego decide acercarse. En cada nueva parada adelanta dos filas y finalmente opta por sentarse justo delante. Es un ángel la chica rubia, piensa. Decide que debe despertarla. Primero finge toser, cada vez más fuerte pero no da resultado y termina por estornudar atronadoramente sobre sus piernas, pero nada, la chica rubia sigue roque. Luego duda en decirle algo, por ejemplo, que le preocupa que se pase de estación, así que pone una mano sobre la de ella, que reposa dulcemente en su rodilla y la aprieta. Está caliente y relajada. Es tan fina que por un momento cree andar palpando nubes y le evoca tal ternura que no puede evitar sentir un deseo irrefrenable de besarla. Cuando casi le alcanza los labios y escasos milímetros separan sus alientos, la chica rubia abre los ojos súbitamente y cae en la cuenta de que se ha dormido y se ha pasado de estación.

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